Una noche en-tren-tenida

story for children, "Singing in the Train"

Scott McGregor

Jack se sentó en el frío vagón y se caló la gorra para taparse las orejas. Llevaban varias horas varados, porque la locomotora de vapor y el primer vagón del expreso nocturno habían descarrilado donde el diablo perdió el poncho. No quedaba otra que esperar a que llegara auxilio. Era pleno invierno y muy entrada la noche. No había calefacción ni luz, aparte de la linterna del maquinista y las de algunos pasajeros.

Jack sabía que pasarían algunas horas hasta que en algún punto del recorrido alguien notara que el tren no llegaba y diera la voz de alarma. Se enviarían cuadrillas de rescate, si bien con cierta precaución. Podía despacharse un tren por la misma línea férrea en dirección contraria; pero como había una única vía, sería arriesgado, ya que era posible que ese tren se topara de frente con el expreso. La señalización en aquel ramal era anticuada; Jack lo sabía porque era aficionado al mundo del ferrocarril. Llegó a la conclusión de que la búsqueda empezaría al rayar el alba.

El tren se había detenido bruscamente. La locomotora y el primer vagón habían quedado atascados sin volcarse en un grueso terraplén de grava. Providencialmente, no hubo víctimas mortales, aunque el maquinista y el fogonero tenían graves lesiones en la cabeza. Los habían llevado a uno de los vagones a fin de que pasaran aquella gélida noche en compañía de los pasajeros, algunos de los cuales también estaban heridos. La sensación general era de impotencia y temor, pues sabían que tenían escasas posibilidades de que los rescataran antes del amanecer.

Entonces alguien se puso a cantar. Al cabo de unos momentos, todos los pasajeros del vagón cantaban a coro con él. Cuando terminaron, alguien entonó otra canción.

«Cantamos toda la noche —contaba Jack—. La canción daba igual: temas populares, clásicos de comedias musicales, himnos religiosos y hasta villancicos. La idea era no parar de cantar para no desanimarse. Se nos juntaron pasajeros de otros vagones, y nos apiñamos tanto como pudimos para calentarnos. Casi nadie se conocía, pero todos éramos camaradas en la desgracia y procurábamos levantarnos mutuamente la moral.

»Éramos un grupo heterogéneo. Había reclutas que volvían de un permiso, familias jóvenes, varios ancianos e incluso algunos tipos con los que uno preferiría no toparse de noche. De alguna manera las barreras sociales se esfumaron.

singing2En el momento del accidente, Clifford —después me enteré de que así se llamaba— desahogó su desesperación con una retahíla de groserías y obscenidades como nunca había oído en la vida. No obstante, fue él quien rescató al maquinista, lo llevó en brazos hasta nuestro vagón y lo cuidó toda la noche, haciendo de ángel enfermero. Nunca he conocido un diamante en bruto como él.

»He sido bastante dado a juzgar a la gente por las apariencias, y en el caso de Clifford tengo que reconocer que me equivoqué, como probablemente me ha pasado tantas otras veces. En muchos sentidos fue la noche más increíble de mi vida. No tardé en entablar amistad con muchos de los presentes. Casi lamenté que llegaran las cuadrillas de rescate a primera hora de la mañana».

Aquella fatídica noche, Jack y los demás pasajeros trabaron amistades que duraron toda la vida. Clifford se hizo camillero de un hospital y más tarde se integró a un servicio de ambulancias. Pocas semanas antes del descarrilamiento, había salido de la cárcel. Esa noche estaba viajando para ver a varios excompinches con quienes quería arreglar cuentas. En un encuentro que tuvo lugar años más tarde, le confesó a Jack: «Aquel accidente impidió que arruinara toda mi existencia».

La vida de Jack siguió adelante, pero aquella noche le dejó una enseñanza que jamás olvidó. A veces las experiencias más sombrías resultan ser las mejores y nos ayudan a forjar increíbles amistades.

Texto adaptado de la revista Conéctate. Usado con permiso. Imágenes © Conéctate/TFI.

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