
Allá por 1880, la congregación de Nuestra Señora de Loreto tenía un convento en la ciudad de Santa Fe, Nuevo México (Estados Unidos) en el que se impartían clases para niñas. Las hermanas necesitaban una escalera que comunicara la planta baja con el balcón o entrepiso del coro, a una altura de 6 metros aproximadamente. Se convocó a varios maestros de obra para que fueran a ver el sitio y tantearan si podían hacer el trabajo. Resultó que nadie quiso abordar la tarea, pues no había espacio en la planta baja para acomodar una escalera clásica.
Las hermanas decidieron realizar una novena al mismísimo San José carpintero, pidiendo, sí, una escalera. La tradición de la novena tiene su origen en los nueve días que los discípulos dedicaron a la oración mientras aguardaban la venida del Espíritu Santo en Pentecostés. Se practica también en las iglesias luterana, anglicana y ortodoxa.
Al noveno día se les presentó un hombre en la puerta de la iglesia dispuesto a trabajar, un humilde paisano que venía montado en burro y traía apenas tres herramientas esenciales de carpintería. Trabajó seis meses completamente solo, doblando con paciencia la madera hasta darle forma para la construcción de la escala. Luego, sin decir agua va, desapareció antes de la fiesta de celebración que las hermanas le tenían preparada en agradecimiento, ocasión en que también le pagarían por sus servicios. Las hermanas indagaron entre los lugareños y en el almacén de maderas, pero nadie lo había visto.
La escalera de caracol del convento es atípica; en varios aspectos hasta podría decirse que es única. Primero, carece de una columna vertebral de apoyo y se fabricó sin emplear clavos o tornillos. Además se elaboró en su totalidad a base de cola de carpintero y estacas de madera. Tiene 33 peldaños, que nos recuerdan los 33 años que Jesucristo vivió en la Tierra. Hasta la madera es singularmente densa. Todavía no se ha determinado de qué árbol provino, aunque el análisis de un laboratorio de la marina sugiere que tiene parentesco con el abeto picea de Alaska.
Un carpintero comentó: «Es una magnífica obra de arte que a mí como carpintero me da una lección de humildad. Crear una escalera de estas características utilizando herramientas modernas sería una proeza. Es inconcebible pensar en construir semejante maravilla con herramientas manuales rudimentarias, sin electricidad y con recursos mínimos».
En los últimos tiempos cerca de un millón de personas acuden cada año a admirar la escalera e instruirse en las diversas teorías sobre la identidad del misterioso carpintero itinerante. Para mí personalmente uno de los aspectos más relevantes del suceso es que las oraciones de las hermanas fueron respondidas. Me recuerda a los episodios que narró Jesús sobre el valor de la oración importuna: La mujer que no cesaba de apelar su caso ante el juez obstinado hasta que le fue concedida su petición; y el hombre que insistentemente molestó a su amigo a medianoche, porque no tenía nada que ofrecerle a una visita que acaba de recibir en su casa. Estas parábolas nos aleccionan sobre la necesidad de orar en todo tiempo y no descorazonarse, sino confiar en que Dios no nos defraudará. (Lucas 18:1-8)
A lo mejor tú también tienes tu propia escalera de caracol que construir, pero no tienes ni idea de cómo materializarla. Emulando a las hermanas, puedes rezar y no cesar de rezar hasta que el Maestro Carpintero obre ese milagro que nadie más que Él es capaz de labrar.
Text and image 1 courtesy of Activated magazine. Image 2 by Michael and Sherry Martin via Flickr.