
Imagínate un viajero navegando tranquilamente por un río que serpentea a través de un frondoso valle. Los árboles y arbustos —algunos en plena floración— se alinean en la orilla. A lo lejos se elevan majestuosas cumbres nevadas. Sin embargo, es como si nada de eso existiera. El viajero está tan absorto hojeando la guía turística, estudiando la historia de la zona y viendo a dónde lo conducirá el río que no se percata de la belleza del entorno.
«¡Levanta la mirada! ¡Te estás perdiendo la vista!» Lo llamamos, pero en vano. Él sigue leyendo, con la cabeza gacha y la mente en otra parte.
Si bien hay veces en que necesitamos estudiar la guía y otras en que es preciso hacer una retrospección o dirigir la mirada hacia el futuro, es importante que nos acordemos de disfrutar del presente.

En la próxima semana tómate cinco o diez minutos cada día para mirar de cerca el mundo que te rodea. Centra tu atención en las mullidas nubes blancas que van a la deriva sin esfuerzo alguno por el resplandeciente cielo azul. Estudia el intrincado diseño de los pétalos de una flor, o la elegante arquitectura de un árbol, o la formación que adopta una bandada de pájaros en vuelo. Procura observar algo diferente cada día y dar gracias a Dios por Su creatividad.
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