Elsa Sichrovsky
Vanessa se despidió con la mano cuando se cerraron las puertas. El tren arrancó, llevándose una amistad de seis años. Nos habíamos conocido en la secundaria. Nuestro interés común en la escritura de cuentos y nuestra coincidencia de gustos en cuanto a novelas forjaron entre nosotras una amistad inquebrantable, que perduró a pesar de los altibajos típicos de la adolescencia. Ella había obtenido una beca y se iba al extranjero a estudiar su carrera. Yo sentí que mi vida tocaba fondo; no sabía cómo iba a seguir adelante. Aunque yo siempre había sabido que un día ambas nos iríamos de casa y tomaríamos distintos caminos, el día en que eso ocurrió, me hundí.
Las primeras semanas después de la partida de Vanessa, su ausencia me hizo caer en la cuenta de lo mucho que había dependido de ella. Cuando ella estaba, en vez de alternar con diferentes amigos me quedaba en mi zona de seguridad, con Vanessa y unas pocas amigas que teníamos en común. Era más fácil adoptar los puntos de vista de una chica tan simpática e inteligente como Vanessa que formarme mis propias ideas. Por ejemplo, siempre seguía sus opiniones acerca de qué libros leer o qué películas ver.
Aunque ser acérrimamente leal a una persona no es malo en sí, me di cuenta de que yo había sido un poco renuente a asumir el riesgo de desarrollar mis propias ideas y trazar mi propio camino. Si bien admiraba el valor de Vanessa, que había sido capaz de dejar el entorno al que estaba acostumbrada para perseguir su sueño, me aterraba afrontar las turbulencias emocionales propias del inicio de la adultez sin la tranquilidad que me inspiraban el reconocimiento y el apoyo emocional de mi mejor amiga.
Nos mantuvimos en contacto durante el primer año; pero con el tiempo progresivamente nos fuimos distanciando. En aquel tiempo, ver frustradas mis esperanzas de preservar nuestra amistad me resultó muy doloroso. Sin embargo, al volver la vista atrás queda claro que la partida de Vanessa espoleó mi crecimiento personal.
Me vi obligada a hacer nuevas amistades, cometer errores y volver a levantarme por mis propios medios. El hecho de no poder pedirle consejo para todo me llevó a hacer profundos exámenes de conciencia y a reflexionar por mi cuenta. Aunque en aquel momento me sentí sola y abandonada, entiendo ahora lo que escribió Faraaz Kazi acerca de la amistad: «Algunas personas se irán, pero ese no es el final de tu historia. Es simplemente el final de su participación en tu historia».
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