A fines de noviembre se celebra en Estados Unidos el Día de Acción de Gracias. Tradicionalmente marca el comienzo de la temporada navideña. Este relato trata de alguien que tenía el corazón apesadumbrado cuando llegó la fecha de dar gracias.
Sandra tenía la moral por los suelos cuando empujó la puerta de la florería, luchando contra una ráfaga de viento otoñal. Su vida había marchado sobre ruedas hasta que la compañía en la que trabajaba su padre amenazaba con transferirlo. Encima su hermana, cuya visita durante la fiesta esperaba con ilusión, la había llamado para decirle que no podría ir a verla.
¿Por qué voy a dar gracias? —se preguntó—.
—Buenas tardes. ¿Qué se le ofrece? —preguntó la florista, sobresaltándola sin querer—. Perdone, no quería que se sintiera ignorada.
—Me gustaría… un arreglo floral.
—¿Para el día de Acción de Gracias?
Sandra asintió con la cabeza.
—¿Quiere uno bonito pero normal, o prefiere uno que está teniendo mucho éxito, especial para este día?
Observando la curiosidad reflejada en el rostro de Sandra, prosiguió:
—Estoy convencida de que las flores dicen algo. Cada arreglo expresa un sentimiento particular. ¿Busca algo que transmita la idea de gratitud?
—¡No exactamente! —respondió Sandra con brusquedad—. Disculpe, pero es que en el último mes todo lo que podía salirme mal ha salido mal.
A Sandra le pesó haber dado una respuesta tan desagradable. Pero se sorprendió cuando Jenny, la florista, le dijo:
—Tengo el arreglo ideal para usted.
En ese momento sonó el carillón de la puerta.
—Hola, Bárbara —saludó Jenny a la clienta que entraba—. Tengo listo su pedido. Ahora se lo traigo.
Excusándose, se dirigió a la trastienda. Instantes después apareció con un enorme ramo de largos tallos de rosa decorados con follaje y cintas. Lo curioso era que el extremo de los tallos estaba cortado, y faltaban las flores.
—¿Se lo pongo en una caja? —preguntó Jenny.
Sandra se quedó observando para ver cuál sería la reacción de Bárbara. ¿Sería una broma? ¿Quién querría tallos de rosa sin flores? Esperó que se rieran, que alguna se diera cuenta de que los espinosos tallos no tenían rosas; pero ninguna de las dos se rió.
—Sí, gracias —respondió Bárbara—. ¡Qué exquisito! Cualquiera diría que al cabo de tres años ya no me conmovería el sentido de este ramo. Sin embargo, todavía me emociona. Gracias.
Sandra no cabía en sí de asombro. «¿Cómo puede darse una conversación tan normal en torno a un ramo tan extraño?», pensó.
—Este… —intervino Sandra—. La señora que acaba de salir…
—Dígame.
—¡El ramo que se llevó no tenía flores!
—Así es, yo las corté.
—¿Las cortó?
—Pues sí. Ese es el arreglo especial. Lo llamo ramo de espinas de acción de gracias.
—Y ¿cómo puede haber gente que pague por eso? —preguntó Sandra soltando una carcajada a pesar de como se sentía.
—¿Quiere que se lo explique?
—No puedo irme de la tienda con la intriga. ¡No me lo podría quitar de la cabeza!
—Pues verá, hace tres años Bárbara entró a esta florería sintiéndose muy por el estilo de
cómo se siente usted hoy. Le parecía que no tenía motivos para sentirse agradecida. Su padre había muerto de cáncer y ella iba a tener que someterse a una delicada intervención quirúrgica.
—¡Uy! —exclamó Sandra.
—Ese mismo año —explicó Jenny— perdí a mi marido. Tuve que hacerme cargo de la tienda, y por primera vez pasé las fiestas sola. No tenía esposo ni hijos, ni ningún pariente que viviera cerca. Además, estaba muy endeudada para viajar.
—¿Qué hizo?
—Aprendí a valorar las espinas.
—¿Las espinas? —preguntó Sandra visiblemente asombrada.
—Tengo hondas convicciones cristianas —explicó la florista—. Siempre he dado gracias a Dios por las cosas buenas de la vida, y jamás se me ocurrió preguntarle por qué tenía esas buenas experiencias. Pero cuando llegó la mala suerte, ¡vaya si lo cuestioné! Me tomó tiempo aprender que las etapas sombrías de nuestra existencia son importantes. Aunque siempre me han gustado las flores de la vida, hicieron falta las espinas para que llegara a apreciar el consuelo de Dios. Dice la Biblia que Dios nos consuela en la aflicción, y que gracias a ese consuelo aprendemos a consolar al prójimo.
Se disponía a pedirle a Jenny que prosiguiera su relato cuando volvió a sonar el carillón.
—¡Phil! —exclamó Jenny.
—¡Vengo a buscar doce largos tallos de rosa llenos de espinas! —dijo soltando una sonora carcajada.
—Me lo imaginaba. Los tengo listos —repuso Jenny sacándolos de la vitrina frigorífica.
—¡Qué maravilla! —comentó Phil—.
Sandra no pudo resistir la tentación de preguntarle.
—Si no es indiscreción, ¿le importaría decirme por qué espinas?
—Me alegra que me lo pregunte —contestó—.El año pasado entré aquí el día de Acción de Gracias para comprar flores. Seguramente dije que acababa de pasar una época difícil, porque Jenny me contó que durante mucho tiempo había tenido un jarrón con tallos de rosa. ¡Con puros tallos! Era un recordatorio de lo que había aprendido en circunstancias espinosas. Eso me gustó. Así que me llevé unos tallos a mi casa. Decidí rotular cada uno con el nombre de una dificultad que había tenido y dar gracias por lo que había aprendido de la experiencia. Y estoy bastante seguro de que esto de los tallos se va a convertir en una tradición.
Phil pagó a Jenny, le dio las gracias una vez más y, mientras salía, le dijo a Sandra:
—Le recomiendo encarecidamente el ramo de espinos.
—No sé si soy capaz de dar gracias por las espinas de mi vida —le comentó Sandra a Jenny.
—Por experiencia, yo diría que las espinas realzan la belleza de las rosas. En los momentos difíciles apreciamos más que nunca cómo vela por nosotros la Providencia. No olvide que Jesús tuvo en la cabeza una corona de espinas para que conociéramos Su amor. No se queje de las espinas.
Por las mejillas de Sandra rodaron unas lágrimas.
—Deme doce tallos largos y espinosos —pidió.
—Esperaba que los pidiera —repuso Jenny—. En un momento se los tengo listos. Cada vez que los vea se acordará de apreciar tanto los buenos momentos como los malos. Unos y otros nos ayudan a aprender.
—Gracias. ¿Qué le debo?
—Nada. El primer año siempre corre por cuenta de la casa. Feliz día de Acción de Gracias, Sandra —dijo Jenny entregándole el ramo—. Espero que lleguemos a conocernos más.
Sonriendo, Sandra se dio media vuelta, abrió la puerta y emprendió el camino de la esperanza.
Cuento adaptado de la revista Conéctate. Usado con permiso.
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