Un hermano mayor

my big brother story for older children, preteens, youth

Elsa Sichrovsky

Cuando tenía nueve años, un día fui a una piscina con mi hermano mayor. Yo todavía no nadaba muy bien. Apenas sabía nadar como un perrito y flotar de espalda. Mi hermano mayor, en cambio, era un excelente nadador. Por eso mis padres lo enviaban conmigo, para que me vigilara. Aquella mañana él y yo habíamos discutido por algo que ni recuerdo; de ahí que estuviera molesta por la insistencia de mis padres en que él me acompañara. Estaba resuelta a hacer lo que me diera la gana e insistí en nadar de punta a punta por mi cuenta.

Comencé en el extremo pando de la piscina. Iba flotando de espaldas cuando de golpe se me ocurrió que debía de estar llegando a la parte honda y me dio miedo que fuera a golpearme la cabeza contra el borde. Pensando que estaba a pocos centímetros, me di la vuelta. En realidad, apenas había recorrido tres cuartas partes del largo de la piscina, pero ya no tocaba el fondo con los pies. Entré en pánico y comencé a agitar los brazos descontroladamente, lo que hizo que me entrara todavía más agua en la nariz y la boca. Estaba ahogándome y debatiéndome desesperadamente cuando sentí unos brazos que me tomaban de la cintura, me alzaban y me llevaban hacia el borde de la piscina.

—¿Estás bien? —me preguntó mi hermano.

Musité algo mientras tosía agua. Me dio vergüenza y me imaginé que me pegaría un regaño. Pero él esperó pacientemente a que me calmara y me llevó de vuelta a casa.

No recuerdo que tuviera una relación muy estrecha con mi hermano. Discutíamos por tonterías, como a cuál de los dos le había tocado la tostada más grande para desayunar y cosas así. Con todo, el día que me rescató en la piscina se puso en evidencia la solidez de nuestro vínculo fraternal. A pesar de nuestras diferencias, en el momento en que más lo necesité, él estuvo a mi lado.

El amor de mi hermano es ilustrativo de cómo Jesús —mi Hermano Mayor espiritual— es mi pronto auxilio en las tribulaciones. Aun cuando me alejo de Él por orgullo o terquedad, y discuto con Él por el modo en que obra en mi vida, mis pretensiones altaneras de independencia no le impiden rodearme con Sus brazos en los momentos de peligro y tensión.

Aunque nuestros sentimientos sean mudadizos, el amor de Dios no lo es. C. S. Lewis (1898–1963)


Gentileza de la revista Conectate. Usado con permiso. Imagen de niños diseñada por brgfx / freepik. Imagen de fondo en dominio público.

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